
Qué bien le vendría a la fauna en general aportarles en días alternos por pistas y carreteriles en forma de grano, maíz y trigo. Cuántas bajas se evitarían, al margen de experimentar esa grata satisfacción de darle vida a quien curiosamente se la podemos quitar al año siguiente. Qué difícil de entender por quien no siente esta afición. Es más, el cazador nunca lo hará por egoísmo, sino simplemente por cariño a unos animales mermados físicamente. De ahí que muchos cerraran sus cotos hace más de un mes. Descansa pues la escopeta y en breve la caña será la protagonista. No sé hasta qué extremo ha podido afectar a la fauna acuícola de los pequeños arroyos los cientos de miles de toneladas de sal que se han tirado a las carreteras.
Habrá que esperar a la desveda. Los ríos de por sí demasiado débiles generan poca vida y se limitan a servir de medio para cobijar las truchas que la administración deposita en ellos. Las especies foráneas introducidas ilegalmente por gente sin escrúpulos están acabando con la fauna autóctona. Todos tenemos nuestra parte de culpabilidad, pescadores incapaces de respetar los cupos, furtivismo, contaminación, riegos abusivos, vertidos, poca vigilancia. Siempre he mantenido que debería contarse con las sociedades ribereñas para cuidar los ríos. Dotándolas de medios nos sorprendería la labor que pueden desarrollar de la mano de la administración.
Fuente EL CORREO
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