martes, 30 de noviembre de 2010

En busca del compañero ideal

Cualquier cazador tiene claro que el mejor perro del mundo siempre es el suyo, aunque no siempre esa confianza sea fácil de alcanzar. Si cada cazador es un mundo, el perro que le acompaña no lo es menos. La relación entre ambos resultará fundamental para el devenir cinegético bien sea en los bosques tras las sordas o bien en los páramos y llanuras tras las patirrojas.

Por razas, entre los cazadores vizcainos y vascos en general priman las razas inglesas, con el setter inglés como la más empleada para cazar, seguida por los pointer, aunque cada vez se imponen más las continentales, como los epagneul bretón, los bracos o incluso los dratar, por supuesto que sin perder nunca de vista a los perros de caza peninsulares, como el perdiguero de Burgos, el pachón navarro, y hasta los podencos, según para qué modalidad de caza se quiera dedicar.

Pero además de los comportamientos propios y esperados para cada raza, los denominados estándares, los especialistas caninos suelen hablar y referirse a ejemplares concretos. Un perro que sea capaz de cazar para su dueño, y un dueño que sepa cazar con su perro. Una relación mutua en la que intervienen muchos y complejos factores.

BECADA. Para la sorda, cada vez son más comunes las preferencias sobre perros de larga búsqueda que, una vez localizada la pieza, la bloquean y esperan la llegada del amo. Los zumbadores electrónicos que llevan al cuello serán los encargados de señalar su posición para que el tirador llegue hasta el lugar donde sucede “la muestra”. Sin esos artilugios electrónicos, esa caza a largas distancias sería inviable, por lo que muchos cazadores más “clásicos” se decantan por canes que hagan su trabajo a tiro de escopeta, esto es, a cortas y medias distancias, normalmente sin dejar arbusto o matojo sin olisquear, con una búsqueda más metódica y cercana. Eso sí, equipados con un pequeño campano tradicional que indicará a su dueño por dónde se encuentran. Por supuesto, hay teorías para todos los gustos, y más si se tiene en cuenta que cazar no implica necesariamente matar, y que se puede cazar mucho matando poco, y al revés, matar mucho sin apenas cazar.

PERDIZ. En cuanto a las patirrojas, el tándem perro y cazador también deberá funcionar como un equipo perfecto. Con las muchas horas de campo el perro sabrá delatar la presencia de la huidiza patirroja, guiar lo necesario para avisar a su compañero y, si es capaz de poner a la perdiz a muestra, miel sobre hojuelas. De poco sirve un perro que corra y corra sin tener en cuenta las emanaciones ni saber esperar a su amo, o asomarse en la ladera antes de que su dueño esté colocado o le dé la orden. El can acostumbrado a las perdices de granja deberá modelar y mucho su conducta porque las salvajes tienen bien poco que ver con las asilvestradas. Aquí es donde se espera una nariz bien enseñada y, sobre todo, una cabeza que piense en su compañero de fatigas. De poco sirve si las levanta lejos, aquí no hay collares electrónicos, no las muestra, o las cobra de mala gana, algo más complicado ante las aves alicortas.

Ya sea tras sordas o tras perdices, perro y dueño deberán disponer de una compenetración ganada con horas de monte, situaciones muy distintas y ante las que cada uno deberá cumplir con su tarea. Si del perro se espera una cabeza “amueblada” para afrontar con éxito los diferentes retos que se le pueden plantear, también el dueño deberá saber qué le puede pedir o no a su compañero. El perro deberá trabajar con criterio, pero el cazador deberá delimitar la tarea de ambos, a sabiendas de que la caza siempre supone un aprendizaje continuo ante las nuevas situaciones que se presentan.
J.ATXA

DEIA

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