Salvo contadas excepciones, la temporada de caza ha finalizado. En la memoria, alegrías y desencantos que pasan a engrosar ese baúl de los recuerdos de los momentos de añoranza. Atrás quedó disfrutar de todo lo que rodea este arte: paisaje, el duermevela, el perro, los amigos, la satisfacción de haberlo dado todo, casi siempre a cambio de nada.
Pero todavía existe una última oportunidad para los que se resisten a no salir al campo con la escopeta al hombro. Son los llamados cotos intensivos con animales de repoblación. Cuando están bien estructurados, funcionan. Siempre es grato coger el perro y junto a los amigos pasar el día en un ambiente campestre. Mucha culpa de que funcione este sistema la tienen algunos profesionales que han sabido rodear a esta actividad de complementos como campos de tiro, restaurante, pesca de truchas, que hacen que una salida de caza sea un día de fiesta. Evidentemente, esto es otra historia y poco tiene que ver con la realidad de la caza salvaje, pero muchos cazadores, cada vez más, lo buscan y como dice el refranero popular «algo tendrá el vino cuando lo bendicen». La caza auténtica nunca va a desaparecer porque el instinto, sacrificio y arte que conlleva es insustituible. Mientras tanto, el que quiera divertirse que lo haga sin avergonzarse ni bajar la cabeza.
JUAN ANTONIO SARASKETA
Fuente: EL CORREO
2 comentarios:
Huele a publicidad subliminar, coto el castillo txoriarte............jejejejeje
Anda que el Sr. Sarasketa a veces se luce.......en fin, pero si me permitis un consejo, ojito con abusar de este tipo de caza, si quereis perros, olvidaros del articulo de su majestad Sarasketa, al perro hay que acostumbrarlo ante las dificultades, no ante unos pajaros que huelen a pienso compuesto.
En lo de los perros te doy toda la razón, pero yo añadiría otros aspectos a reseñar.
Todo buen cazador que se precie acepta y se somete a las normas, vedas, reglamentación de armas, perros y trata con respeto y humildad, y acepta las restricciones y fechas de su afición, y no le cuesta colgar la escopeta y guardarla hasta la temporada siguiente. Así a sido siempre o casi siempre.
Pero la caza ha cambiado mucho, ahora y desde hace ya mucho tiempo las modas se han impuesto en nuestra afición. El cazador de antes salía al campo a cazar con su escopeta de dos caños y su perro que muchas veces no tenía ni raza, ni hacía muestras, ni cobraba... ahora un cazador así se considera anticuado. Ahora se miden los “cazadores” por la cantidad de tiros que pega, la marca de su repetidora, los cartuchos que llegan hasta no se donde, el pedigrí de su perro, hasta los kilómetros de distancia que hace cada domingo para ir a cazar. Y no digamos los atléticos-deportistas que “dicen” los kilómetros que andan cada jornada. Luego se hacen fotografías para colgarlas en internet y demostrar así su hombría. Pues justo estos son los que les gustan las armas, (los de antes solo las utilizaban como una herramienta), los que tienen que fardar de su puntería, (los de antes buenos cazadores pocas veces tiraban al plato), y luego están los intensivos, donde se va a reprimir su afán de protagonismo, su sed de “caza”, su necesidad de apretar el gatillo, sin saber esperar a que el ciclo de la naturaleza haga su trabajo durante la primavera y verano, para que en otoño se pueda salir de nuevo al campo los días que la meteorología nos permita y la propia densidad de la especies nos aconseje.
En el artículo dice que: que por ser así no hay que agachar la cabeza, pues yo digo que tampoco es para sacar pecho ante los intensivos.
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